20 enero, 2014

Limpiar las culpas

Hilda Pupo Salazar El harakiri era común entre los samuráis, quienes al considerar su vida como una entrega al honor, rechazaban cualquier falta que pudiera deshonrarla y recurrían al acto de darse muerte con una daga si perdían el decoro. Escogían morir gloriosamente. Hasta nosotros trasciende el harakiri en quienes abren sus ropas y empiezan a numerar sus errores, a modo de buscar perdón a sus culpas, es como si se sintieran mejor enumerándolos: “yo no hice esto o aquello, me faltó control, no lo chequee a tiempo…” y muestran satisfacción al aparentar hundirse el arma en el abdomen, hasta sacar a flote todas sus falsas justificaciones. La gran diferencia de esa costumbre actual con la práctica japonesa es que el “pecador” enumera sus deslices, queda vivito y no alcanza la gloria. Nos cansa con su discurso de arrepentimiento mientras los deslices continúan. Por eso, consideré esta pregunta exacta para tratar tal problemática: “Y si tú sabes en qué se falla ¿por qué no has hecho lo contrario?”. No considero un mérito ponerse a declarar dificultades en vez de accionar, eso es quedarse en las ramas y no ir a las raíces. Lo principal está en “tocar” las causas de las incorrecciones, para conocer por qué nos equivocamos. Lo lamentable ocurre, cuando las negligencias de unos pocos influyen negativamente en otros. Pongo de ejemplo la prestación de servicios, ya sea un paciente, un usuario o un cliente mal atendido se siente maltratado, aunque no haya golpes por el medio. Si a las personas no se les respeta su lugar en la cola; cuando va a una cafetería le dan un vaso de agua al tiempo porque no hay hielo; en un restaurante le sirven con demora, debe pagar a quienes se dedican a vender turnos o queda atrapado en la “tela de araña” de los trámites en las Oficinas de la Dirección de Vivienda, sencillamente, recoge los frutos de los que no hacen bien su trabajo. Detrás de las indolencias está la lista de los yerros. Hacemos víctimas a las personas, solo porque no realizamos nuestro deber y lo más triste es cuando “hay crímenes sin castigo”. Los incumplidores continúan con su estela de perjuicios, se siguen sufriendo los daños y la exigencia para parar la desidia tarda. Haríamos perfecto el harakiri moderno si las faltas removidas con la daga vinieran acompañadas de soluciones.

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