10 febrero, 2006

Yanquis lean su obra de muerte contra Cuba



Hilda Pupo Salazar
hilda@ahora.cu


No necesitamos pantallas lumìnicas, las banderas negras, en señal de luto perenne por las más de 3 mil 470 víctimas producto del terrorismo yanqui contra Cuba, son como una pantalla lumínica gigante, donde los representantes de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana pueden leer, a cualquier hora, el dolor de un pueblo por sus hijos muertos y un fuerte clamor porque se haga justicia.
No hemos sacado frases fuera de contexto, injuriosas a la memoria de quienes las dijeron, para recordarles su estela de sangre y vejaciones al ser humano, más allá de las cárceles de Abu Ghraib y los centros de tortura de la ocupada base naval de Guantánamo.
Allí están mucho de los rostros de los asesinados en estos 47 años de feroz acoso estadounidense con la violencia extrema aplicada contra nuestra Patria, como evidencia mayor de no tener que fabricar calumnias a quienes ya trascienden como los peores asesinos del universo.
Aún se recuerda su bombardeo televisivo después del 11 de septiembre, cuando asistimos al espectáculo espeluznante de gente arrojándose por las ventanas de las Torres Gemelas envueltas en llamas. Era como si Estados Unidos descubriera el terrorismo en el 2001.
Pero sustitúyase la estructura norteamericana saboteada por un avión de Cubana. Retrotráigase 30 años atrás e imagínese todo el infierno vivido por 73 pasajeros, muchos de ellos acabados de transitar por la adolescencia temprana, metidos dentro de un aparato aéreo, en llamas, agonizante, a sabiendas de una muerte segura, porque dos bombas explotaron en su interior, con la salvaje y demente idea de “fastidiar a Castro”.
Después vendrían las declaraciones escalofriantes de sus autores intelectuales, a la misma altura de su calaña: “Eran sólo unas negritas…”, o “cualquier cubano que lleve glorias a su país, tiene el riesgo de desaparecer”.
La misma filosofía fascista que atribuyó la muerte del joven Fabio Di Celmo, en los atentados a los hoteles en La Habana, al fatídico azar “estaba en el lugar y momento equivocado”.
Pero la actual Administración norteamericana vuelve a repetir el crimen de Barbado, con la cobija dada antes a Orlando Bosch y la estratagena para dejar impune los actos criminales de otro de sus planificadores: Posada Carriles.
Sería mucho hablar de falta de ética, decoro o principios, porque ese gobierno entronizó en una política civilizada como corresponde al siglo XXI, un lenguaje de barbarie sólo entendido con la brutalidad de las cavernas.
Desde las ventanas de ese puesto de mando de la contrarrevolución en que han convertido la sede de su representación diplomática, pueden ver su obra de muerte contra Cuba.
El rostro imberbe de Manuel Ascunse, detenido para siempre en su eterna adolescencia de 16 años, el de Pedro Lantigua, con sus sueños de aprender truncados a destiempo, el de Adriana Corcho, Artagnàn Díaz, Félix García, Yuri Gómez, Rolando Pérez Quintosa, Orosmàn, Gabriel Lamouth y nombres hasta completar 3 mil 478 vidas perdidas en tiempos disímiles, siempre con odio impotente. Son las Torres Gemelas cubanas saboteadas por los yanquis, sólo que nuestro Bin Laden, envuelto en la bandera de las muchas estrellas, está en la cueva de terroristas a 90 millas.

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