30 mayo, 2009

Mi niño creció a la sombra de la Revolución

Hilda Pupo Salazar

Escribo con el privilegio de ser madre y haber tenido a mi único hijito en esta pequeñita isla, tan grande como un Continente por lo que significa en mi vida, que se llama CUBA.
Ya mi hijito no me mira desde una cuna, ni convierte las horas de mi sosegado sueño en obligado insomnio a fuerza de gritos. Mi niño creció, ya tiene casi 24 años, su título de Informático, graduado en la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI), pronto ocupará espacio en las paredes de mi casa y no tuve que pagar ni un centavo en su formación. El gobierno de mi país me lo entregó ingeniero.
No la cuento por ser una historia sui géneris, es tan común en los hogares cubanos que, a veces, la ahogamos entre nuestras cosas rutinarias aunque suenen a utopías en otros contextos.
Criar a nuestros hijos en la Cuba Socialista es un privilegio. Nunca me atropelló la tensión, porque se enfermara y no tener dinero para pagar un médico, ni sucumbí en el sosiego por temor a que me lo secuestraran o me le dieran drogas, menos, alguna preocupación para alimentarlo, porque malo o bueno, siempre tuvo un bocado.
En el umbral del Día Internacional de la Infancia recuerdo la madre que fui de un pequeño, vacunado contra todas las enfermedades, que cuando vino al mundo ya estaba protegido, porque nació a la sombra de un Estado, que hace 50 años le otorgó a sus niños un sitio de honor.
Hoy que se nos acusa de violar derechos, el mundo debía conocer nuestra verdad, porque este pequeño país, para poder proteger los de su niñez debe resistir un injusto bloqueo yanqui, que nos niega alimentos y medicina, y desafiar, como el Quijote con los molinos de viento, la cadena de fechorías para asfixiar nuestra soberanía.

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