28 mayo, 2009

Cuba en la OEA: ¿Derecho no ganado?

Hilda Pupo Salazar

Ahora que está acelerada como nunca la reinclusión o no de Cuba en la OEA, no sería desacertado parafrasear las palabras del indio Hatuey a los pies de una hoguera y próximo a convertirse en cenizas, sobre su alternativa de subir al cielo y salvar su alma –“¿Y los españoles, también van allá?”.
Sólo que a la distancia de cinco siglos, el papel protagónico en América de aquellos colonizadores de 1512 fue sustituido ampliamente por una nueva clase de conquistadores del mismo patio en el siglo XXI y la pregunta no resulta tan ingenua, por un problema de convencimiento de la realidad.
Ante quienes buscan disímiles razones para revocar la ignominiosa exclusión de este país de la famosa Organización de Estados Americanos en 1962, como un privilegio que aún no hemos ganado, cabría imputarle con la misma rebeldía de nuestro primogénito, ¿Y Estados Unidos, también, va a estar allí?
No creo que con el prestigio acumulado por la sudodicha organización, Cuba tenga que lamentar ni en un ápice la llamada “falta de consenso” para analizar en Honduras, próximamente, volver a ese organismo, cuando los requisitos para reingresar tenemos que exigirlos nosotros.
Con el mismo historial, una OEA instrumentada para que el Norte controle el dominio de las naciones latinoamericana, y la cual durante todos estos años ha materializado fielmente el epíteto de Roa de “ministerio de colonias yanquis”, no añadiría ventaja alguna para esta Isla.
Porque fue esa misma OEA la que no se inmutó, cuando Estados Unidos invadió a Santo Domingo, Granada y Panamá, asesinando a miles de seres humanos; intervino, siempre en favor de lo peor, en los graves conflictos armados de Guatemala, Cuba, Nicaragua, El Salvador, Chile, Colombia, Perú, Haití, Argentina (Las Malvinas) y otros.
También, con gran prepotencia y absoluta falta de escrúpulos se ha inmiscuido en los asuntos internos de casi todos los países del hemisferio. Irak nos viene a la mente casi al unísono del artículo 21 de la Carta Orgánica de la OEA: ”El territorio de un Estado es inviolable; no puede ser objeto de ocupación militar ni de otras medidas de fuerza tomadas por otro Estado, directa o indirectamente, cualquiera que fuere el motivo, aun de manera temporal. No se reconocerán las adquisiciones territoriales o las ventajas especiales que se obtengan por la fuerza o por cualquier otro medio de coacción”.
Sino fuera por complacencia y sumisión, razones sobran para haberlo expulsado.
El embajador de Estados Unidos ante la OEA, dijo en Buenos Aires: “hay un gran interés de todos por ver a Cuba integrada nuevamente en el sistema interamericano”; y añadió: “ojalá que Cuba se comprometa a aceptar los valores hemisféricos que las 34 democracias suscribieron en la Carta Orgánica de la OEA y se integre”.
Tendríamos que suscribir, otra vez, el artículo martiano Vindicación a Cuba, para defender con principios nuestra posición ante la arrogancia yanqui del ¿”queremos a Cuba?”, con la misma repetición histórica que los 12 hombres de la manigua de Carlos Manuel de Céspedes igualaron a los de Fidel en las montañas orientales de 1957, como cifra que bastaba para salvar la Revolución.
Porque para eso guardamos la historia, para beber de ella, sino poco valdría la lección de intransigencia de Calixto al General Shasfter: “… formamos un ejército pobre… pero… respetamos demasiado nuestra causa para mancharla…”, ni tendría validez la resolución Maceista de “quien intente apoderarse de Cuba…”
No es Cuba la que debe cambiar para ser admitida en la OEA, ella, con sus reformas convincentes, debe provocarnos el estímulo de pertenecer.
Bolívar vuelve a sugerirnos una unión de naciones, sin presencia de intereses foráneos. Ahí estarían los 33 países al sur del Río Bravo, 20 millones de kilómetros cuadrados, 550 millones de habitantes, con un PBI de 3,5 millones de millones de dólares.
No sería la Organización de Estados Americanos (OEA), sino la Organización de Estados Latinoamericanos (OEL y Cuba tendría asiento sin discusión alguna.

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