24 enero, 2014

Si yo tuviera a mis padres

Hilda Pupo Salazar Una madre puede cuidar a 10 hijos pequeñitos, hasta hacerlos hombres y mujeres, pero estos 10 hijos ya adultos no pueden cuidarla a ella. Ilustro una dolorosa realidad entronizada en muchos hogares, porque, lamentablemente, están dañados, en este caso, dos valores fundamentales: la responsabilidad y la sensibilidad. Falla el compromiso de los descendientes con sus padres, y hasta eso lleva implícito un poco de ingratitud, si se tiene en cuenta cuanto sacrificio ellos hicieron en la crianza y ahora cuando necesitan no cuentan con nuestro apoyo. Cuidar a los progenitores se torna un asunto complejo, por su influencia en el resto de los integrantes de la familia y porque constituye razón de un cambio en la vida al generar nuevas obligaciones. Se trata de compaginar los compromisos del hogar con los laborales y tratar de perjudicar lo menos posible la existencia de los otros, teniendo en cuenta la coexistencia de tres generaciones en el mismo hogar en muchos casos. Mucho coraje, flexibilidad, paciencia, dedicación, sacrificio y tiempo son requeridos en esta misión nada fácil, sin embargo, quedará la satisfacción de haber cumplido con un elemental deber en el cual no deben faltar cariño y ternura. La vida es un círculo, nuestros ancianos, fueron niños bajo el abrigo materno y paterno, luego crecieron y nos cuidaron, ahora nos toca a nosotros, si no lo hacemos, los dañamos, porque, también, son formas de maltrato cuando sufren por negligencia, dejadez, abandono, limitación de sus servicios, malas formas y por supuesto violencia. Sobresalen cuatro motivaciones fundamentales para hacerse cargo de los ascendientes: por amor, por justicia, por moralidad y por interés. El primero se hace por respeto, afecto y buenos sentimientos, retrata la calidad humana. Cuando impera la justicia es por la deuda de gratitud entre padres e hijos, de la misma manera que los frutos tuvieron derecho a ser cuidados cuando eran infantes, lo tendrán los progenitores necesitados de apoyo al no poder accionar solos. En la moralidad están en juego nuestros valores culturales, con la obligación de procurar que los progenitores no vivan en condiciones infrahumanas. Y por último el interés, porque se trata de esperar bienes materiales, a cambio de los cuidados. Manera indigna de actuar, que refleja la pobreza espiritual de quienes lo practican.

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