27 noviembre, 2014

Humildad

Hilda Pupo Salazar Ocurre una colisión entre un carro y una carretilla en una de las calles de la Ciudad de Holguín. Afortunadamente no hay pérdidas humanas. Lo que si pasa como consecuencia del choque es el desparramo en el asfalto de algunos productos agrícolas, entre ellos frutos maduros, los cuales al caer se estropean. El vendedor reclama el pago de los daños y el chofer se niega en un inicio. Los transeúntes, testigos del acto, se meten en el asunto y al final logran la retribución monetaria. Pero, suceden frases de violencia de parte del conductor del vehículo. “La próxima vez te paso por arriba”. Aparte de reiterar el mensaje educativo en cuestiones de accidentes viales y la necesidad de cumplir el Código del Tránsito para evitar este tipo de percance, criticamos tanto la violencia en el diálogo, como las posturas prepotentes asumidas por algunos creídos “super poderosos”. Nadie es mejor que nadie, aunque vaya en una nave espacial y todos merecemos respeto. Quienes obvian ese precepto y piensan estar en una especie de limbo que los hace intocables, deben despertar de ese sueño de grandeza y aterrizar. La soberbia es consecuencia de la falsa creencia de superioridad y llega el tiempo que por tanto engolamiento se explota como un globo. La pedantería es propia de esos seres superficiales maximizados por un cargo, tener mucho dinero, poseer una casa lujosa y un auto con condiciones. El que por sus tenencias materiales o un determinado puesto trata de humillar a un semejante y le “restriega en el rostro” sus pertenencias tiene pobreza cerebral y cuenta con un repudio generalizado, porque las personas no soportan a los vanidosos. Es tan hermosa la humildad y el placer del sentimiento solidario de compartir con quienes tienen menos, que renunciar a esa virtud es falto de inteligencia. Aunque alguien diga “yo no vivo con la gente”, no es lo mismo trascender en la comunidad como un “chévere” que como un insoportable. El fracaso de los inaguantables es motivo de fiesta en los barrios. Todos se alegran de sus tropiezos, a diferencia de los que gozan de aprecio por sus actitudes nobles. Estos últimos reciben alegrías por cada triunfo y junto al deseo de victoria, el apoyo y amor de sus vecinos. Vale la pena meditar, entonces, si se justifica una actitud tan arrogante y la idea de “no necesitar de nadie” o los “casasolas”, porque como dice el refrán: “Recogerás espinas, si eso es lo que siembras”.

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