10 agosto, 2016

Hilda Pupo Salazar Según el escritor Eduardo Galeano: “Vivimos en un mundo, donde el funeral importa más que el muerto, la boda mas que el amor y el físico mas que el intelecto. Vivimos en la cultura del envase que desprecia el contenido”. Triste época, cuando lo real se sustituye por las apariencias y todo lo objetivo cede el lugar a lo ficticio. Con tremenda vanalidad, algunas personas valoran más la envoltura que el regalo. El qué dirán se pone cada vez más a la moda. Sobre lo de simular la verdad hay dos casos típicos: Gente no tan mal económicamente, siempre, llorando miserias ¿Es para evitar que le pidan? O quienes tienen poco y demuestran poder monetario, se atreven “a botar la casa por la ventana” a la hora de celebrar una fiesta, por ejemplo. Algo hasta risible son los ricos de nuevo tipo. Esos que en el afán de demostrar cuanto dinero poseen, construyen mansiones como pericos, con adornos sin ton ni son. Nadie sería capaz de clasificar esas arquitecturas modernas, hijas de la misma “necesidad” de enseñar lo tenido al estilo Masicas. Como las apariencias engañan, les traigo el relato llamado El hombre, el niño y el perro, para que ustedes le saquen su lección. Había una vez un matrimonio que vivía en un bosque, con un hijo pequeño y un perro viejo. Una vez estaban en la sala y oyeron gritar al nené en el cuarto, el padre cogió la escopeta por si era un animal, de pronto salió el perro con el hocico lleno de sangre y el progenitor pensó que el fiel can era quien había dañado al bebé. No lo dudó un segundo, le disparó y lo mató. Cual no sería la sorpresa, cuando entró la alcoba, vio al niño en perfecto estado en la cuna y frente a él una serpiente destrozada. El “fiel amigo” lo hizo, para evitar atacara al menor. El dueño se percató enseguida de su error, pero ya era tarde. Cuantas veces actuamos por impulso, sin meditar ni aquilatar las consecuencias y esa es la primera enseñanza: no confundirse con lo expuesto por algunas personas, porque podemos tener una valoración equivocada. A veces decimos: “Qué bien está fulano” al pensar que está rodeado de comodidades, pero su bienestar es relativo y en una escala de 10, su número no es tan positivo, solo miramos lo aparentado y terminamos en un error. La suerte y el destino tienen muchas interpretaciones.

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