12 noviembre, 2013

Salvajes en la via

Hilda Pupo Salazar En esta historia caben los malos agradecidos, la indisciplina vial, el irrespeto, la grosería y la irresponsabilidad. Va un ciclista por una calle secundaria, delante lleva un bebito que no sobrepasa los dos años de edad, en un silloncito de madera de esos adaptados para trasladar a los infantes. Lo significativo es que sin parar en firme entra a la calle preferencial, incultura arraigada en muchos ciclistas y hasta motoristas, en este caso con alto peligro para su vida y la del menor. Un anciano ve aquella barbaridad y lo recrimina: “Oye si continúas con esa forma vas a matar al niño”. En vez de corresponder con buenas maneras la preocupación del experimentado hombre, por el cuidado del pequeño, fue insólita la respuesta del casi suicida: “Váyase a … viejo e m…, y no se meta en lo que no le importa”. Los que asistieron a la escena quedaron boquiabiertos por tanta indecencia y descompostura del ciclista, quien no tenía más de 30 años. Lo lamentable es que personas tan indolente como esa llevan en sus manos la existencia de un inocente ajeno a los riesgos. ¡Cuántas vidas terminan en la vía, por culpa de otros!: manejar a exceso de velocidad, imprudencias, irrespeto, desacatos, irreflexiones, ligerezas y luego creerse el duro de la película, el guapo del ring. Es triste observar la alegría de esos osados y bien “masculinos”, por salir ilesos tras el irrespeto a las señales de Pare o la luz roja del semáforo, como si siempre la suerte nos acompañara. Hay otro asunto de trascendencia en esta anécdota: el ejemplo que damos a los hijos. Cuando ese muchachito crezca y un adulto le llame la atención por mala conducta, le dará una pésima contesta como aprendió de su progenitor. Los de más experiencias se limitan a requerir a los muchachos ajenos, aunque lo vean en peligro, una por no sufrir sus desplantes y otra porque si los padres se enteran quienes saldrán amonestados serán ellos. Es lo más común asistir a actos ilógicos en ese sentido. Un adolescente se sube a un árbol, está haciendo pininos y a un vecino se le ocurre llamarle la atención, en eso aparece la madre, a quien amonesta es al adulto con la frasecita de marras: “si usted quiere regañar a alguien páralo, porque ese salió de aquí y no se meta en su educación”. Pobre niño con semejante madre.

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