25 octubre, 2018

Penélope en la palestra

Hilda Pupo Salazar Este lector hace una lista de lo que considera obstáculos en la prosperidad del país, independientemente de cruel bloqueo yanqui contra Cuba: Incumplimientos en la producción de alimentos, indisciplinas sociales, pérdidas de valores, no garantizar con el salario las necesidades de cada quien, precios altos, irrespeto a la legalidad, hurto en empresas estatales, entre otros. Incluye en ese conglomerado de hechos negativos al síndrome de Penélope. El nombre de tal dificultad nace de la propia anécdota. Penélope es un personaje de la Odisea, poema atribuido a Homero, es la esposa del personaje principal Odiseo, el rey de Ítaca. Ella espera durante veinte años el regreso de su marido de la Guerra de Troya. Mientras Odiseo está ausente, la mujer es pretendida por varios hombres y ella, a manera de engaño, les dice que aceptará un nuevo esposo cuando termine de tejer un sudario para el rey Laertes. Para prolongar el mayor tiempo posible esta tarea, deshace por la noche lo que teje durante el día. Por tanto, llamamos el síndrome de Penélope lo que se construye hoy y se desbarata mañana. Referimos no solo a la falta de cuidado de las instalaciones, también, esos servicios tan geniales en un principio y pésimos en un final. El síndrome de Penélope se ajusta a muchas cosas. Es muy lamentable no cuidar lo que tanto esfuerzo y dinero cuesta. La práctica nociva de empezar a maltratar lo hecho, aun cuando no se ha desprendido del “celofán” de lo nuevo, genera la frase popular: “Deja ir ahora, que está recién abierto”. La irresponsabilidad pulula por quienes deshacen y quienes los permiten. Tiene que ver con la falta de pertenencia, un conjunto laboral que no protege lo que le ponen en sus manos y convierte algo bonito en cuestión de fotos de un día. Sería tan reconfortable que los propios obreros se ocuparan del mantenimiento de su unidad y velaran a los que le hacen daño a quienes utilizan el servicio. Con esa postura de destruir, convertimos el suceso humanitario del desempeño del colectivo en un círculo vicioso: levantar hoy y destrozar al día siguiente. Le resta prestigio al grupo de trabajadores desatenderse con el destino de su entidad y obrar con la vista gorda ante los males. Los primeros en criticar en esas instalaciones sometidas a tales problemas son a sus colectivos, por la incapacidad de salvaguardarlo del: vandalismo, hurtos, robos sin el peligro ningún sentido de pertenencia. En los mecanismos de estimulación por el cumplimiento de los planes, nunca debía faltar la belleza del centro, porque tan importante es la productividad como la cultura del detalle en el entorno donde actúan, para no ser como esas personas elegantes, bien vestidas y arregladas en la calle, mientras en sus casas sucias y desorganizadas en un total descuido

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